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huevo

Yo uno y tú dos


Era un matrimonio que solía poner la mayor parte de las noches para cenar tres huevos. El marido tenía por costumbre comerse dos, y la mujer el restante. Hasta que un día la mujer se incomodó y le dijo:

 

--No está bien que todas las noches te comas tú dos huevos y yo uno nada más. Desde ahora vamos a hacer un turno; una noche te tocan a ti dos huevos y otra noche me tocan a mí.

--No, no, no lo puedo consentir dijo el marido.

--Pues yo tampoco, contestó la mujer, no te lo voy a dejar pasar.

--Pues entonces me muero, dijo el marido.

--Pues si te mueres que te entierren, contestó la mujer.

 

Al día siguiente el marido se hizo el muerto. La mujer empezó a gritar diciendo: Mi marido se ha muerto!! Mi marido se ha muerto!!

Ya en el entierro, iba acompañando al difunto y de vez en cuando decía:

¡Ay, ay! ¡Dejarme que le vea por última vez! y le decía al oído muy despacito, ¿cuántos te comes, que ya vamos por la mitad del camino?

El marido insistía en que dos y la mujer que uno.

Pues adelante con el entierro!! decía el marido.

Al llegar a las puertas del cementerio, volvió a decir la mujer:

¡Ay, ay! ¡Dejarme que le vea por última vez!

Le volvió a preguntar:

¿Cuántos te comes, que ya estamos a la puerta del cementerio?

El marido contestaba:

¡Dos, te he dicho que dos!

¡Uno, yo digo que uno! dijo la mujer

¡Pues adelante con el entierro! decía el marido.

 

Al llegar ya con el ataúd a la fosa donde iba a ser depositado, la mujer volvió a repetir lo que las veces anteriores:

¡Ay, ay! ¡Dejarme que le vea, ya sí, por última vez!

Y arrimándose al oído del marido le volvió a preguntar:

 

--¿Cuántos te comes?

--¡Dos, dos! Seguía respondiendo él.

 

Viendo la mujer que prefería ser enterrado antes de ceder en los turnos, le dijo: ¡Bueno! Pues cómete dos!!

 

Entonces, el marido se levantó del ataúd con la sábana envuelta y salió por el cementerio corriendo y gritando:

 

¡¡Dos me como!! ¡¡Dos me como!!

 

La gente, al ver que resucitaba y decía eso, echó a correr asustada. Un anciano iba todo lo rápido que podía, mientras gritaba:

¡A mí no! ¡A mí no! 

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