Ni Fu Ni Fa era blanco, con una bonita gota de lluvia color miel en un ojo. Por las tardes, solía sentarse en el poyete de la ventana que daba al jardín y miraba a los niños jugar; pareciese como si quisiera ir a pasar el balón con ellos.
Maullaba de vez en cuando, como llamando la atención, especialmente cuando aparecía Bruno. Era un niño de ocho años que vivía con sus abuelos pues se había quedado huérfano hacía dos años.
Aunque aparentaba ser del todo feliz, se notaban pinceladas de tristeza y nostalgia en su mirada pero, cuando percibía que Ni Fu Ni Fa reclamaba su atención con sus distintos y característicos maullidos especiales para Bruno, al niño le cambiaba el semblante y desaparecían los rasgos de melancolía, dando paso a un brillo luminoso.
Ni Fu Ni Fa era mi querida mascota pero él estaba decidiendo otro destino. Después de dos semanas Ni Fu Ni Fa desapareció. Le hemos buscado encarecidamente sin resultados y Bruno no venía a jugar así que, no podíamos preguntarle si sabía algo de Ni Fu Ni Fa.
Esta mañana, a las doce, sonó el timbre de la puerta. Era Bruno con Ni Fu Ni Fa en sus brazos; el niño venía a devolverlo pero, cuando lo puso suave y cariñosamente en el suelo para irse a su casa, la reacción de mi mascota que me acarició y saltó a los brazos de Bruno, me sugirió que lo importante del amor es saber con quién están felices los que quieres y, era obvio que, Ni Fu Ni Fa quería estar con Bruno.
Me despedí de la vida diaria con Ni Fu Ni Fa acariciando su lomo como a él le gustaba. Los dos se veían felices y Bruno prometió traer a Ni Fu Ni Fa por lo menos una vez a la semana. Así es, ahora nos reunimos una tarde cada siete días después de las clases de Bruno, tomamos chocolate templado y Ni Fu Ni Fa se lo pasa de maravilla con algún juguete que aun tiene por aquí.
Lo mejor de todo, es la mirada de Bruno, desde que está Ni Fu Ni Fa con él, no ha dejado de brillar.
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