Esta es la historia de una familia muy pobre. El padre era leñador y todos los días iba al bosque a cortar unos cuantos manojos de leña para venderla en el mercado y hacer fuego en su hogar. Se quejaba en silencio, descansando a la orilla del río, de lo poco que tenía su familia para salir adelante.
Sin que él se percatara, lo estaba escuchando Merced, la vieja que vivía en un ataúd en el fondo del río.
Se compadeció de este pobre buen hombre y salió para consolarlo y ofrecerle su ayuda. Le dijo:
-Buen hombre, qué es lo que tanto te aflige?
-Por mucho que trabajo nunca veo prosperar a mi familia.
-Te propongo que me lleves a tu casa, le dijo Merced.
-Cómo! si casi no puedo mantener a mi familia, menos puedo hacerme cargo de ti.
-No te preocupes, buen hombre, yo no como ni bebo.
-Entonces, de qué sobrevives?
-Mira, cada mañana cuando salgas a trabajar, antes de irte, me tienes que decir: Buenos días Merced. Al regresar, cómo estás Merced y por la noche antes de irte a dormir, buenas noches y gracias, Merced, con eso, yo me alimentaré.
-Ah! bien, es fácil y no cuesta nada, así lo haré.
Se fueron los dos a la casa y el leñador le preguntó a Merced dónde quería que la pusiera para estar cómoda.
Ella le dijo: Ahí al lado de la estufita.
Recuerda que mañana antes de ir a trabajar me tienes que dar los buenos días...
-Sí, sí, no te preocupes.
-No me gustaría pasar hambre hasta tu regreso.
A la mañana siguiente el leñador se dispuso para ir a su trabajo y antes de salir le dijo a Merced:
-Buenos días Merced.
-Que Dios te ayude, buen hombre. Le respondió Merced.
El leñador, se fue a trabajar como todos los días. Al cabo de un rato, de estar cortando leña seca, se encontró un hacha nueva y reluciente que le facilitaría mucho su tarea ya que, la suya estaba muy vieja y estropeada.
Se puso muy contento y no paraba de cortar leña con rapidez, asombrado por aquella cuchilla dorada tan brillante que nunca había visto antes.
Pasaron varios meses, en los que todos los días, el leñador iba contento a trabajar y estaba ganando mucho dinero sin gran esfuerzo. Todos los días al irse, al llegar y antes de acostarse alimentaba a Merced con las frases acordadas.
Un día, en el mercado, un comerciante observó el hacha del leñador y le ofreció una cantidad enorme de dinero por ella. No supo qué hacer y le dijo que lo pensaría y en dos días le contestaría. Al llegar a casa, consultó con su esposa y ella le dijo que vendiera el hacha, con tanto dinero podrían comprarse una casa nueva y abrir un negocio donde poder trabajar mejor que en el bosque. El marido vendió el hacha al comerciante e hicieron lo que su esposa había dicho.
El negocio creció y creció y el leñador se hizo muy rico.
Al cabo de un tiempo empezó a olvidarse de los buenos días a Merced, del saludo, las buenas noches y de dar gracias a la Merced, así pues, Merced dejó de poder responderle diciendo que Dios te ayude, buen hombre.
Un día, Merced le dijo: Parece que estás olvidando alimentarme, llevas varios días que no me das de comer...
El hombre, con otra actitud altanera le dijo:
-Tengo un gran negocio que atender, acaso piensas que tengo tiempo de preocuparme de las exigencias de una vieja decrépita?
-Bien, no te preocupes. Sólo te pido que hagas una última cosa y te librarás de mí para siempre.
-Y qué es lo que tengo que hacer?
Merced le respondió:
Méteme de nuevo en mi ataúd, llévame al río donde me encontraste y dando una patada en la caja dime: Adiós Merced. De esta forma no tendrás que saludarme nunca más y yo me libraré de responderte.
-Me parece muy bien, mañana a primera hora así lo haré.
A la mañana siguiente, el leñador metió a Merced en su ataúd, la llevo al río y dándole una patada la lanzó a las profundidades mientras decía: Adiós, Merced.
Volvió a su casa liberado de esa carga que suponía ya para él....
A los pocos días.....
Todo empezó a irle mal al leñador. Perdió su negocio, su nueva casa....
Lo más triste es que nunca fue capaz de darse cuenta del nombre de la mujer ni de la respuesta que ella daba a sus saludos....
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