Conversación con mi pez
Mi pez se llama Ernest. Cada mañana, cuando me levanto, voy a la pecera y saludo a Ernest; llevo haciéndolo tres años y justo hace una semana escuché una tímida voz que me respondía.
En un principio pensé que era mi imaginación o mi deseo pero, esa vocecita insistía, varias veces me saludó.
-Me saludas todas las mañanas y me llamas Ernest, cómo te llamas tú?
De nuevo, dos veces más, hasta que contesté:
-Alberto, me llamo Alberto y no sé cómo pero, te estoy oyendo hablar.
-No sabía que los peces pudierais hablar.
-Bueno, nos comunicamos solamente con las personas que nos gustan y tú me caes muy bien.
-Gracias.
-Dime, qué tal vives en la pecera?
-Mis abuelos y mis padres fueron peces libres, vivían en aguas abiertas, limpias, cristalinas y bellísimas…
Un día, un pescador, secuestró a toda mi familia y a los más pequeños nos vendió a un comerciante de animales; nos metieron en un gran acuario a todos juntos pero, poco a poco, nos separaron pues nos vendían a los clientes.
Es horroroso que te priven de la libertad sin haber cometido delito alguno. La libertad es un privilegio al que muchos seres humanos no dan la consideración ni la importancia que merece; se dedican a secuestrar y a encerrar animales de todo tipo, desde aves hasta grandes depredadores; los encierran en zoos, los exhiben en circos, los meten en peceras…. Ningún humano, de los que hacen esto, se pregunta si somos felices, sólo piensan en sus ingresos.
Nos usurpan un derecho natural como el de la libertad que conlleva, a la vez, la felicidad.
-O sea que, no eres feliz. Mañana te devolveré al mar.
-No, ya es tarde para mi, llevo demasiado tiempo fuera de mi hábitat natural y no podría hacerme un lugar, sería devorado en pocos días… tal vez menos de un día o dos. Sin embargo, estaría muy bien que concienciaras a la sociedad que te rodea de que pueden vivir sin peceras, sin jaulas… que se conformen con los animales caseros, creados para estar y ser felices viviendo en hogares; a los demás, a los que nacemos con todo un océano o toda una selva para nadar, correr o volar, que no nos quiten nuestra forma natural de vida.
Alberto, a partir del día siguiente, empezó a concienciar a sus compañeros y amigos de clase. Han pasado ya veinte años y, ahora, Alberto trabaja en un grupo que se dedica a defender a los animales.
Todos los días recuerda con cariño a su pez Ernest y, lo que él le enseñó en su corta pero inolvidable conversación.
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